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Cabecera Me Viene A La Memoria

PLATERO

En el colegio en que realicé mis primeros estudios había dos grupos de preparatorio. En el ‘A’, al que yo pertenecía, daba la clase don Ricardo, un gran aficionado a la literatura. En el ‘B’, don Magín se interesaba principalmente por las matemáticas. Pasó lo que tenía que pasar cuando a un niño se le orienta en una materia: que los del ‘A’ nos inclinamos en los estudios superiores básicamente por las letras mientras que los del ‘B’ lo hicieron por las ciencias. (Los impulsores de la Educación para la Ciudadanía saben muy bien que esto es lo que ocurre y de ahí que defiendan su implantación, para impregnar de sus ideas a los futuros votantes).
 
Un día, don Ricardo nos mandó leer un pequeño libro: “Platero y yo”. Teníamos, entonces, los de su clase, alrededor de los ocho años. Seguramente, superada la etapa de los cuentos infantiles y los tebeos, fue el primer libro serio con el que me enfrenté y es muy posible que con él se iniciara mi afición casi enfermiza a la lectura. Por su brevedad y fácil asimilación lo lei una y otra vez. Cada vez me gustaba más aquella poesía encerrada en sus páginas. Poesía sin métrica ni rima y fácil de comprender que, sin embargo no hizo que me aficionara a ella aunque se considere como la verdad de la literatura. No entiendo que para decir las cosas haya que enrevesarlas hasta hacerlas incomprensibles. El propio Platón, que se formó con la poesía de Homero, manifestaba que “el poeta no puede escribir en medio de una lucidez racional, sino en una lucidez irracional”, y en ese recelo por los poetas –”criatura sentimental a menudo y tornadiza casi siempre”-, ni corto ni perezoso se limitó a expulsarlos en el Diálogo de ‘La República’ porque, a su juicio, “la poesía nos hace viciosos y desgraciados a causa de la fuerza que da a estas pasiones sobre nuestra alma, en vez de mantenernos a raya y en completa dependencia, para asegurar nuesta virtud y nuestra felicidad”. Sea por esta razón o por cualquier otra, lo cierto es que la poesía no me entusiasma, excepción hecha de los versos humorísticos de Jorge Llopis o de cualquiera que se dedique al humor versificado. Vaya, que soy muy poco serio.
 
Otra excepción es “Platero y yo” que, aunque en prosa, también es poesía. Sin rima ni métrica, pero poesía. ‘Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no tiene huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro’. Tengo que realizar un gran esfuerzo para no seguir copiando, y haciendo que trasciendan, frases entrañables dedicadas a un borriquillo. Desde aquella primera lectura colegial es enorme el número de veces que me he recreado en sus páginas. A través de él tuve una impresión visual de Moguer, ese pueblo que vio nacer a su autor y que quinientos años atrás sirvió de base a Colón para iniciar el camino a América. En la actualidad se produce en él la cuarta parte de todo el fresón que se cultiva en España. Un pueblo que siempre estuvo en la mente del escritor, incluso durante sus estancias en Madrid, en Sevilla o en América. Sus calles, sus plazas, sus costumbre, todo aparece reflejado en su “Platero”.
 
La relación, como lector, con Juan Ramón Jiménez supuso que, aún siendo un adolescente, no me sorprendiera, más que agradablemente, la concesión del Premio Nóbel de Literatura ya que me resultaba un personaje conocido del que admiraba su talento. Y que, dos años después lamentara su fallecimiento. Son momentos que me vienen a la memoria en estas fechas, en que se conmemora el cincuenta aniversario de que nos abandonara. Fue un 29 de mayo con lo que este post aparece con un pequeño retraso, ya que otros temas, por su actualidad, se han ido superponiendo. Pero no quería prescindir de un pequeño homenaje a la figura del creador de “Platero”. Él, Juan Ramón Jiménez, se fue, pero sus obras, como las de todos los grandes creadores, continúan con nosotros dado que forman parte de la cultura universal.

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