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Cabecera Me Viene A La Memoria

POR SER LA VIRGEN DE LA PALOMA

El mes de agosto es, tradicionalmente, el mes de las vacaciones y con el éxodo de los ciudadanos las capitales se quedan vacías. Aunque cada vez menos por la sencilla razón  de que las disponibilidades económicas son cada vez más escasas y el mes de  vacaciones cada vez se está convirtiendo más en quince días y hasta en siete. Con lo que la ciudad se alivia de personal, pero ligeramente. No es como antes en que Madrid se quedaba sin nadie. El suelo de las calles despidiendo calor y las sombras que proporcionaban los árboles, eran la única compañía de quienes, por alguna razón, permanecían en el Foro. Los Rodríguez, por ejemplo, que endosaban a la familia al pueblo, con los abuelos, con la disculpa de que tenían que trabajar. Y pocos más.  


Sin embargo, esa soledad de las calles madrileñas durante el día, era ficticia ya que de noche, al refrescar, las calles y bares se abarrotaban. Sobre todo, las que entonces se denominaban “salas de fiestas”. Jay, Pasapoga, Moroco, Alazán (encanto y belleza), Florida Park… Los que tienen mi edad lo recordarán perfectamente.


Pero había un momento en que Madrid, el centro de Madrid, el Madrid castizo de la Casta y la Susana, el Felipe y don Hilarión, el que rodea la plaza de la Cebada de calles estrechas con olor a boquerones fritos, a pimientos y a tortilla de patatas, el tantas veces reflejado en obras de Carlos Arniches y en zarzuelas cargadas de tipismo, ese Madrid aparecía repleto de personas mayores, jóvenes, niños, gente de todas las edades sudorosas por  el calor que la capital de España es capaz de concentrar durante el día para soltarlo por la noche. Gentes que, en tropel, acudían a la verbena de la Paloma. Casi ná.


De la misma manera que Ricardo de la Vega situó a sus personajes en la zarzuela del mismo nombre a la que Tomás Bretón puso música. Ésa que todo el mundo conoce: “Dónde vas con mantón de Manila…”  En los 50, 60, 70, ya ninguna chulapa llevaba mantón, ni falda de céfiro, ni pañuelo a la cabeza y ningún Julián gastaba “parpusa” (que por alguna razón se llamará así a la gorrilla de cuadros con visera), ni chaqueta ajustada. Ya existían los pantalones vaqueros que son bastante más cómodos. Y con ellos se podía participar en el concurso de rock en las Vistillas, que ya había sustituido a los similares a base de schotis y mazurcas.


Pero en general, casi todo como cuando finalizó el XIX y comenzó el XX; con el mismo espíritu de jarana y nunca mejor dicho, de verbena. Que la de la Paloma es la más castiza de todas las que en Madrid se celebran. Y la Virgen, la de la Paloma, la más venerada, hasta el punto de que muchos creen que es la patrona sin serlo. Tal es su popularidad.


Asistir a su paseo en procesión, el 15 de agosto, es un rito que un madrileño auténtico siempre trata de presenciar para contestar con un ¡viva! a esa exclamación que surge desde cualquier balcón del recorrido: ¡Viva la Virgen de la Paloma!

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